¿Por qué los niños son agresivos?

La palabra agresión, lo entendemos como aquellos actos o comportamientos que lastiman o dañan.

Cuando hablamos de la palabra agresión, generalmente lo entendemos como aquellos actos o comportamientos que lastiman o dañan a alguien, cometidos por malas personas que no se preocupan por el bienestar de los demás; es algo que nos atemoriza y aún más si pensamos que el agresor pudiera ser  nuestro propio hijo.

Lo anterior en ocasiones nos hace huir de la posibilidad de reflexionar sobre este tema, sin embargo, es importante conocer todas las facetas y tonalidades de la agresión para poder reconocer en nuestros niños aquellos comportamientos que requieren de atención.

La agresión es un comportamiento normal de todo ser viviente, es parte del desarrollo de los niños y es un instinto natural e inherente a la vida. Por ejemplo, el ser competitivo dentro del ámbito laboral o escolar es una forma de agresión pasiva necesaria, que posibilita el crecimiento y el reconocimiento, sin embargo, el grado de agresión y la forma en que se expresa es lo que determina qué tan adaptativo es.

Cuando un niño nace inicia su conocimiento del mundo, y de sí mismo. Experimenta con su cuerpo y lo que tiene a su alrededor; no sabe de reglas ni sobre lo que está bien o mal, por lo tanto, tampoco sabe lo que es el dolor o la forma en que se puede causar. Es en esta etapa de su vida cuando el niño tiene un cúmulo de impulsos que se encuentran en vía de ser entendidos y encaminados para que logre adaptarse a la forma de vida de su familia. Poco a poco conforme va creciendo y con la ayuda de sus padres, se percata de las consecuencias de sus actos y comienza a dimensionar su cuerpo y, como consecuencia, su fuerza.

Un bebé conoce el mundo en un primer momento a partir de su boca, busca chupar y sentir el cuerpo de su mamá cuando es alimentado; en ocasiones llega a morderla mientras lo amamanta, éstas son sus primeras reacciones agresivas. Sin embargo comprendemos que no lo hace para lastimar a su mamá, sino porque no logra controlar su fuerza y no sabe que eso puede ocasionar dolor. Posteriormente, conforme va adquiriendo fuerza y habilidad puede utilizar sus manos o sus pies para experimentar y, de la misma forma, puede lastimar a otros niños o familiares sin intención.  En estos casos, la ayuda y explicación constante de sus padres en relación a lastimar a otros lo hará entender  lo que es bueno y lo que es malo, y así sabrá lo que lastima a otros.

La agresión en todos los casos es un comportamiento que responde a la necesidad de protegernos y/o defendernos; sucede cuando sentimos enojo, tristeza, coraje, injusticia o simplemente no nos sentimos comprendidos, y dado que toda esta gama de sentimientos son recurrentes y normales en todos, habrá momentos en que tengamos que liberar agresión. Por ejemplo, en el caso del bebé, muerde cuando no obtiene leche del seno materno, un niño llora o hace un berrinche cuando se enoja porque no queremos comprarle un juguete, un adulto grita cuando se siente agredido. Por ello, es indispensable comprender lo anterior para que podamos entender por qué nuestros hijos son agresivos.

Cuando conocemos a nuestros hijos, sabemos qué cosas lo hacen sentir triste o enojado y entonces podemos comprender que en ciertos momentos grite o se irrite, en estos casos habrá que explicarle tranquilamente el porqué de las cosas y ayudarlo a disminuir su angustia. Por ejemplo, si no le gusta levantarse por la mañana podemos mencionar que tendrá oportunidad de dormir en el trayecto, que es importante que vaya a la escuela y que entendemos su enojo. 

Nuestros hijos son receptores de nuestro comportamiento, aprenden y creen que lo que sucede en casa es lo normal, por ello si observan que cuando algo nos enoja como padres, gritamos, golpeamos o insultamos, eso será lo que ellos aprendan, y cuando sientan enojo, replicarán esta forma de exteriorizarlo en la escuela o con su amigos e incluso con nosotros como sus padres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que tener en cuenta que los golpes nunca son una alternativa para corregir rabietas o berrinches, pues generan en el niño más enojo y lo hacen sentir incomprendido, lo cual dará como resultado más enojo y, con ello, más berrinches y más rabietas, volviéndose así un ciclo interminable en donde el mensaje que damos es que no hay posibilidad de hablar sobre cómo se siente y la forma de arreglarlo.

Debemos estar atentos a cómo se relaciona nuestro hijo en los lugares que frecuenta, si nos percatamos de que en la escuela lo regañan constantemente por conductas consideradas agresivas, tendremos que pensar que algo sucede en la escuela, puede ser que no le guste y por eso actúa así. O en casa, si solamente con mamá o papá se vuelve poco tolerante o no hace caso, entonces, es nuestro papel buscar qué cosas son de las que se está defendiendo.

Nunca debemos olvidar que los niños van aprendiendo poco a poco a identificar sus emociones, ellos solamente reaccionan a lo que sienten sin saber muchas veces si es enojo o tristeza, sólo sienten necesidad de defenderse y por eso actúan de determinada manera. Nuestro papel como padres será pensar qué está sucediendo, qué es lo que pudiera hacerlo sentir así. En otras palabras debemos hablar con nuestros hijos, escucharlos y explicarles qué es lo que nosotros creemos que sucede.

 ¿Cuándo debemos preocuparnos o pensar que nuestro hijo tiene complicaciones con el manejo de su agresión?

  • Cuando la mayor parte del tiempo su estado de ánimo es de molestia, enojo o tristeza. Le cuesta trabajo disfrutar de las cosas que hace.
  • Cuando sus berrinches o rabietas son diarias o varias veces al día, duran mucho tiempo y es muy difícil tranquilizarlos.
  • Cuando su carácter le ha imposibilitado tener amigos; en la escuela es solitario y recurrentemente sus profesores nos comentan que es difícil que se adapte a las actividades escolares.
  • Cuando los golpes o los insultos son recurrentes en su forma de relacionarse con las personas, ya sean familiares, amigos o desconocidos.
  • Cuando sentimos como padres que hemos perdido nuestro rol, y que nuestros hijos han tomado las riendas en cuanto a las cosas que se hacen o se dejan de hacer.

En casos como los anteriores es importante acudir con un profesional para pedir ayuda, pues este tipo de manejo de agresión, si no es atendido a tiempo, puede volverse perjudicial para el adecuado desarrollo y crecimiento de nuestros hijos, ya que pueden convertirse en personas aisladas, con pocos amigos, violentos y con poca tolerancia a la frustración y a la adaptación.

Finalmente lo más importante para que nuestros hijos crezcan sanos, es cuestionarnos sobre nuestra forma de actuar, pues somos la guía y el molde del cual ellos aprenden. Así, si como padres nos detenemos a pensar en cómo manejamos nuestros sentimientos (agresión), podremos entender a nuestros niños. Escuchar lo que tienen que decir sin minimizar sus sentimientos, explicarles el porqué de las cosas y tranquilizarlos sin alterarnos, siempre ayudará a evitar que  actúe la agresión y a liberarla por medio del diálogo.  

 

Psic. Miriam Hernández
Clínica de Asistencia de la Sociedad Psicoanalítica de México (SPM)
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